Conseguir que tu casa sea más saludable no es demasiado difícil ni tampoco implica hacer una gran inversión. Basta con seguir estos consejos:

 

Luz natural, fuente de energía

La luz natural no solo ilumina tu casa y hace que parezca más amplia. Los beneficios de la luz solar son incontables: estimula las defensas, mejora la salud cardiovascular, mejora el bienestar psicológico, nos ayuda a conciliar el sueño más fácilmente, nos aporta vitamina D e incluso ayuda a regular los niveles de colesterol en sangre. En resumen, la luz natural es fundamental para un hogar saludable y sano. Además, los rayos de sol que entran por las ventanas llenan cualquier rincón de vitalidad y alegría.

Para acentuar este ambiente intenta que las paredes sean blancas o con colores neutros y decora con muebles de tonos claros. Potencia aún más la luz gracias a los espejos. Sin embargo, no todas las habitaciones pueden ofrecer luz natural. En ese caso, usa bombillas LED ya que son más saludables para la visión y consumen menos.

 

Ventila cada día

Del mismo modo que necesitas airearte y salir a respirar, tu casa también. De hecho, es necesario ventilar correctamente la casa cada día diez minutos para limpiar el aire del interior y de ese modo conseguir un hogar más saludable.  Al ventilar, se oxigena el aire de la casa, se eliminan los malos olores, se reduce la concentración de COV (compuestos orgánicos volátiles), se eliminan bacterias tóxicas que pueden estar en el aire y se regula la humedad.

Además, y aunque parezca mentira, se reduce la cantidad de polvo y el riesgo de sufrir alergias y problemas respiratorios. Abre las ventanas y ventila en el momento del día de más calor durante el invierno y, por la noche, en verano.

Una casa saludable es una casa libre de humos

O, dicho de otra manera, no fumes dentro de casa. El humo del tabaco permanece mucho tiempo en el aire y carga el ambiente, incluso si ventilas la casa a diario. Además, provoca que todos los que viven en casa tengan un mayor riesgo de desarrollar problemas pulmonares.

Procura tener siempre una temperatura estable

Una temperatura correcta en una casa no siempre es fácil de conseguir. En invierno hay días que parece que el frío se haya apoderado de todos los rincones y, en verano, durante algunas horas nos sentimos como en una sauna permanente. Sin embargo, a veces el remedio es peor que la enfermedad. Es decir, no es necesario ir en camiseta de manga corta en invierno y casi con bufanda en verano porque el aire acondicionado está funcionando a toda máquina.

De hecho, los cambios demasiado bruscos de temperatura nos hacen más sensibles de padecer enfermedades respiratorias, pues el epitelio del aparato respiratorio se daña, cosa que pueden aprovechar distintos virus y bacterias para infectarnos.

Así pues, una temperatura más bien fresca (no superior a 22°C) aporta más confort térmico, vigoriza el cuerpo y sube el ánimo. El rango de confort está entre los 17°C en invierno y los 24°C en verano.

Controla la humedad

Al igual que con la temperatura, el exceso de humedad es tan malo como la falta de humedad.

En un ambiente demasiado húmedo puede aparecer moho y provocar congestión nasal, irritación de garganta, de ojos, daños en la piel o incluso puede ser responsable de reacciones alérgicas graves. Pero es que el exceso de humedad también propicia la aparición de los hongos. Si no hay una limpieza a fondo, pueden desarrollar alergias. O si los hongos aparecen en la cocina pueden contaminar los alimentos con bacterias. Además, pueden causar enfermedades dermatológicas.

En un ambiente seco también hay problemas, pues tanto las mucosas del epitelio respiratorio como la piel y los ojos se resecan, provocando molestias y, en el caso del sistema respiratorio, haciéndonos más susceptibles de sufrir infecciones.

Para medir la humedad puedes usar un higrómetro. El nivel ideal de humedad en casa no debería ser inferior al 35% ni superior al 50% a lo largo de todo el año. En caso de que salga de este rango, puedes corregirla con aparatos deshumidificadores o humidificadores.

 

La importancia de los colores

La elección de los colores a la hora de decorar no debería tomarse a la ligera. De hecho, los colores son emociones (o más bien el reflejo de estas). Y es que la cromoterapia estudia los efectos de los colores en la mente y en nuestro bienestar. Así pues, los colores pueden cambiar nuestro estado de ánimo, ayudar a combatir una migraña, a subir o bajar la temperatura corporal e incluso a abrir nuestro apetito. En un hogar saludable los colores de las estancias son, pues, muy relevantes. Veamos algunos ejemplos:

Blanco: Hace que todo se vea más limpio y ayuda a sentirnos con más ánimo.

Azul: Perfecto para relajarse y conciliar el sueño, sobre todo si se combina con el gris. En los dormitorios amplios, es perfecto.

Arena: Es un color muy versátil que se puede usar en cualquier rincón de la casa. Relaja y calma la ansiedad.

Verde: Es el color más relajante para el ojo humano. Por eso es capaz de crear ambientes tranquilos y a la vez frescos.

Amarillo: Aporta alegría. Es un color cálido que, en sus tonalidades más ocres, es ideal en la decoración de los salones.